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16 de febrero de 2015

[CRÍTICA] La teoría del todo: la ecuación definitiva de la vida


James Marsh, director británico con numerosas películas tras de sí, es conocido por el extraordinario documental Man on Wire, que se llevó el Oscar mejor documental en el año 2008. Con su nueva obra es muy probable que arrase en estos los premios de la Academia Norteamericana, pues se alza como una de las favoritas, sobre todo por los anteriores premios que ha ganado, contando varios BAFTA y Globos de Oro.


La teoría del todo cuenta la historia de Stephen Hawking desde su estudio del doctorado, pasando por su enfermedad degenerativa hasta que, postrado en silla de ruedas y hablando a través de un ordenador, consiguió alzarse como uno de los físicos más importantes del mundo. Sin embargo, lo destacable de este film es su enfoque, en donde el director no somete al espectador a los detalles de sus descubrimientos y teorías, sino que describe de forma adecuada sus creencias y su profesión a través de la relación que tuvo con su primera mujer, Jane, y le da una importancia determinante, ya que ella jugó un papel clave en la vida y desarrollo de Hawking.


Esta obra no es solo un biopic en donde se relatan las tribulaciones de un personaje público, es una película en donde los sentimientos de amor, rencor, infidelidad y esperanza son los protagonistas y están infinitamente más presentes que en cualquier otra película de lágrima fácil.


Las claves de esta película son numerosas: su mágica fotografía, en donde sus tonos azulados y cálidos transportan al espectador a otra bella época, su excelente montaje, en donde la simbología es la clave de la unión de estas bellas imágenes, su banda sonora, que es el elemento que completa la emotividad de sus imágenes y, finalmente, las inclasificables interpretaciones de la pareja protagonista. Eddie Redmayne afronta un papel muy complejo con una espontaneidad y naturalidad asombrosas, en donde poco a poco vemos cómo la enfermedad de Hawking avanza entre pequeños detalles bien definidos por Redmayne como el ladeado de su cabeza o los complejos bloqueos de sus dedos. Así, el actor completa la actuación hasta no poder hablar ni andar, pero sí expresarse a través de su mirada y de una sonrisa pícara. A pesar de ser una película con mucha intensidad dramática, los momentos cómicos completan la narración, siendo especialmente divertidos y tiernos.


La actuación de Felicity Jones no se queda atrás, pues hace un papel muy importante, el de una mujer que se sacrifica por amor durante 25 años, a pesar de las numerosas dificultades que tiene que sufrir junto a su marido. El papel de Jane está encarnado a la perfección, pues la actriz se estudió meticulosamente todos los gestos de la propia Jane, que, al ver la película, se reconoció sorprendentemente en la interpretación de la protagonista femenina.

Déjense llevar por esta película, pues resume las necesidades de la película perfecta. Qué más da la comercialidad del film o que su historia no sea original, olvídense de los prejuicios, porque están a punto de adentrarse en un film que cubre la necesidad básica del séptimo arte, la emotividad.



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