Ya que el Festival IBAFF ha decidido, para esta edición, agrupar a los cortos en una misma sesión de cine para, según su director, Jesús de la Peña, quitarles la etiqueta de aperitivos para largos y así dotarlos de la dimensión y honores que merecen, nosotros no podíamos ser menos. Por ello, comentamos la que ha sido la sesión más apasionante de la tarde, formada por seis diversos cortometrajes, en una oleada de sorpresas, géneros, sensaciones y propuestas.
Desde Filipinas, con escala en Locarno, nos llega Sa Pagitan ng Pagdalaw at Paglimot, de Liryc Dela Cruz, fotografiado en un delicado y suave blanco y negro y dividido en dos partes. En la primera, una mujer busca en un árido paisaje a su hermana, encontrándola, oníricamente, solo ante un árbol. Sí John Ford le dijo a Spielberg que lo único que hay que saber para ser cineasta es si colocar el horizonte abajo o arriba del cuadro, Dela Cruz parece acertar colocándolo en el medio. Sin vacua exuberancia y con un agradable minimalismo, las nubes dan paso a la segunda parte donde otra mujer recuerda a su hermana mientras deja atrás su hogar en un avión.
Ten lines, de Pablo Useros (España, 2015) se podría situar dentro del cajón de sastre que a veces llamamos vídeo-arte. Sea está dificultad descriptiva tomada como un elogio para un cortometraje hipnótico como pocos, que se basta de una imagen creada, como deducimos por el título, por diez líneas de color blanco, cada una más gruesa que la anterior. A los pocos segundos, el trampantojo se diluye, no así el ensimismamiento hipnótico, cuando las rallas sean descendidas por numerosas personas transformándose estas ya en nuestra mente en una escalera iluminada para crear dicho efecto óptico.
The good son (Tomisin Adepeju, 2014) nos hace viajar (como decíamos de los largos) pese a tener la etiqueta de producción británica. Una anécdota convertida en tópico, que durante muchos años ha representado el racismo en su expresión más cotidiana. Si recordamos la ejemplar Adivina quién viene esta noche (Stanley Kramer, 1967) nos acordaremos de la situación en cuestión. El problema no es otro, que el de una hija que ha de presentar a su familia y, esencialmente, a sus progenitores, a su novio, esposo, prometido o pareja. La esencia de la cuestión siempre era, desde nuestro punto de vista occidentalizado, la llegada "problemática" de un conyugue negro o de otra religión (más vale no recordar las propagandas racistas y efectistas de películas como Un burka por amor o No sin mi hija). En The good son el suceso es el mismo, pero ahora es el hombre el que no puede presentar su esposa a sus padres de férrea tradición nigeriana, por el simple hecho de ser blanca.
La mano que trina (María Cañas de los Reyes, 2015) es un cortometraje español que intenta reflexionar sobre las nuevas tecnologías sociales y la monopolización vital que estas llevan realizando ya un tiempo con alarmante crecimiento exponencial. Formada por la gran mayoría de éxitos virales del Youtube y demás plataformas similares, la autora se apropia de estas imágenes para, reproduciéndolas juntas, con el orden y el montaje adecuados, hacerlas dialogar entre ellas. Sí esos engendros de la naturaleza en red consiguen entablar más que un diálogo de besugos se formará un interesante collage de los mayores éxitos de un medio que atrae a todo el mundo y repele a todo el que piensa detenidamente en ellos. El problema del corto, pese a su interés en lo referente a la concienciación del problema social de los nuevos medios tecnológicos, es que también funciona como mix engarzador de los mismos vídeos por los que para huir de ellos uno va a una sala de cine.
Por Rafael S. Casademont
No hay comentarios :
Publicar un comentario