Después de su aclamado paso por
San Sebastián y, especialmente, tras sus doce nominaciones a los Goya (pese a
lo incrédulos que debemos ser ante el reconocimiento de la Academia), solo
parecía caber esperar de La novia una alta (medianamente) calidad cinematográfica, entretenimiento y, siendo una adaptación de la
arrebatadora Bodas de Sangre de
Federico García Lorca, pasión nacida de las entrañas. Como casi siempre, las
cosas no salen como deberían y La novia
está muy lejos de ser todo eso.
Aunque es un tópico extendido que
el cine y el teatro se parecen, quizás porque algunos directores y, sobre todo,
la mayoría de actores frecuentan ambos artes, hay pocas afirmaciones más alejadas
de la realidad. ¡Si Bresson y su cinematógrafo levantaran la cabeza!
A la hora de adaptar una obra
teatral, especialmente si los diálogos son tan poderosos como los del granadino,
surgen dos problemas que suelen romperle la cabeza al director. El primero es
el de justificar visualmente una obra escrita para desarrollarse en unas tablas
de, digamos 50 metros cuadrados. La solución que se le podría haber ocurrido a
su directora, Paula Ortiz, era la de la simplicidad, dejar a la cámara
tranquila mientras los personajes se convertían en reales mediante la calidad
de sus diálogos, los cuales, están hechos para eso. Sin embargo, la solución fue la de sacar pecho, la de presumir de cine, de algo que no es, lo cual describiremos más adelante. El otro problema son los
diálogos, no porque sean malos, sino todo lo contrario, son tan potentes, tan
fuertes que, como debe pasar en el teatro, la oratoria posee el máximo
dramatismo que un espectador es capaz de creer y de absorber dándole verosimilitud
y vida al relato. Diversos adaptadores han decidido rodar el texto tal cual,
otros han optado por cambiarlo, adaptándolo o mancillándolo, según el que
opine. Ortiz hace una mezcla de lo peor de las dos opciones.
Paula Ortiz, en definitiva, apuesta por un relato
tan recargado, tan dramático, tan al límite desde la primera escena que a
partir de la segunda ya se está desbordando por irreal e intrascendente, algo
así como sí Coppola en vez de hacer Apocalypse
Now hubiese rodado tres horas de explosiones por miedo a aburrir. La novia se sale por todos lados, su
dramatismo es inverosímil, intrascendente y a grandes ratos vergonzoso. Su
ambición de buscar en cada imagen el momento Wallpaper resulta ridícula.
Algunos dirán “preciosa
fotografía”, pero esas imágenes no tienen más que los paisajes tropicales o
espaciales que te da un tema de serie de Windows. La razón es que la estética
de La Novia no tiene emoción, ni
sentido, ni materia que la sostenga. Este planteamiento estético conforma un
perfecto díptico adverso con las imágenes que semanas atrás comentábamos de The assassin, tan bellas, para empezar
por estar cargadas de una trascendencia inalcanzable por ningún filtro de Instagram.
El marcado etalonaje o tratamiento de color del film, eso sí, algo más trabajado o al menos más llamativo que el
de las novelas televisivas Tierra de
lobos o El secreto de puente viejo
no le hace ningún favor a una estética que en los momentos más dramáticos llega
a recordar más a un comic que a una película.
En el plano actoral son pocos los
que se escapan del ahogo en el vaso de agua desbordante que propone Ortiz. Una
de ellas, quizás la única, es la propia Inma Cuesta. El resto se divide entre
actores que no pueden escapar de la oratoria teatral, falsa en cine (salvo
excepciones), y otros de ridícula intrascendencia. Cabe destacar el papel de
los dos hombres que se disputan a la novia. Juntos, el amante y el marido formarían
un ser menos creíble que Juan Reyes, de la archiconocida telenovela Pasión de Gavilanes.
Es triste, muy triste, ver lo
descabezado que esta el cine español, el cual, mediante los Goya, da como
referente de calidad esto a su público, destinando al olvido obras más que
trascendentes. Es triste, muy triste, decir que unos actores decentes, una
producción más que profesional, una dirección artística y fotográfica cuyo
trabajo podría ser sobresaliente se desaprovechan en la unión del todo. El cine
no es matemática y la suma de las partes sí altera el producto. El exceso de La novia se ve reflejado especialmente
en el momento final de los dos hombres, donde la introducción musical parece
confirmar que un videoclip de Merengue latino te deja respirar más que esto,
solo la risa ridícula gana ese duelo.
Por otro lado está Lorca, sus
diálogos sí están ahí (de vez en cuando)
y siguen siendo maravillosos, aislados, por sí solos. Los mejores momentos son
en los que la cámara aguanta dos minutos sin hacer nada y los oímos al fin, sin
más adiciones y con toda su potencia. Sus metáforas, como mucha gente ya ha
apuntado, también están, pero para niños. Directamente, las metáforas en la
película tienen un tratamiento tan explicito que solo se podría justificar su
inclusión para explicar las metáforas de Lorca a un público de primaria. Los
caballos, una y otra vez, la luna gigantesca, los cristales llenándolo todo en
una imagen tan abigarradamente digital acaba dejando muy claro que no estamos
ante Lorca sino ante alguien que tenía miedo, y mucho, de que alguien pudiera
decir que el poeta y dramaturgo granadino no se encuentra en la película. Lorca
está, pero muy a su pesar.
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