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4 de diciembre de 2015

[CRÍTICA] La calle de la amargura: la extrañeza del realismo


La calle de la amargura es el último trabajo del veterano director mejicano Arturo Ripstein (Profundo carmesí, Principio y fin). Ganadora del Premio a Mejor director  y Mejor dirección artística en el pasado Festival de Gijón, la nueva obra del mejicano es una de esas joyas que, por su escasa distribución pasará desapercibida en cartelera. Lo triste es que por su calidad no debería ser así, un error, por otro lado, más que habitual.


La película nos sitúa en un suburbio mejicano donde observaremos los avatares de dos luchadores enmascarados enanos y dos prostitutas de la tercera edad que luchan por mantener su trabajo. Con estos personajes tan peculiares se narra esta película a medio camino entre el realismo social propio de la situación de sus personajes y la dimensión fantástica o bizarra de las características de los mismos.


Manteniendo un tono siempre indeterminado entre realismo y fantasía la película de Ripstein, fotografiada en un brutal blanco y negro, sucede de forma entretenida dentro de un guión no falto de sucesos extravagantes y de tristeza. Mendicidad, vejez, travestismo, religión, asesinato, amor y soledad se dan cita en este universo tan terrestre y tan marciano, todo captado por una cámara juguetona sin llegar a regodearse en unos movimientos que en exceso serían innecesarios.

Una de las obras más interesantes de los últimos meses, un autor que pese a sus 71 años sigue en plena forma.

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