Las películas para distraernos y
alejarnos de la realidad siempre han sido más socorridas por el público de su
época que las que intentaban representar la realidad social. Sin embargo, en
los peores momentos de la historia siempre ha habido cineastas que han
comprendido la necesidad moral de reflejar lo que sucedía a su alrededor,
siempre... hasta que llego España. Ya sea porque le auguran una taquilla escasa o
un público sin interés (dos factores que siempre han tenido) lo cierto es que
la casi inexistente representación del cine español sobre la crisis económica
roza la vergüenza. En ocho años de descenso a los infiernos de buena parte del
país parecía que solo Hermosa juventud, la gran película de Jaime Rosales se
había atrevido a contarlo de forma directa. Este año tenemos otro
ejemplo con el que consolar nuestro maltrecho ego de cine comprometido, Techo y
comida.
La película, cómo no, obra de un
debutante en el largo como Juan Miguel del Castillo narra la historia de una
joven madre soltera que lleva tres años en paro y ocho meses sin pagar el
alquiler. Solo el repartir panfletos de “compro oro” y una vecina viuda le
ayudan a seguir adelante con la alimentación de su hijo.
El arte es necesario para muchas
cosas, su fuerza sentimental antes que racional y en eso se
diferencia de la información. Después de ver Techo y comida y también mientras
la vemos pensamos y sentimos de verdad en todas esas frases que oímos en el
telediario o leemos indignados en internet. El número de parados de larga
duración, el número de parados sin ninguna prestación, la tasa de paro juvenil,
el número de desahucios al día, el número de solicitud de prestaciones
alimenticias y, sobretodo, el tiempo que tardan en llegar. No tienes para
comer, no te preocupes que la legislación te ayuda con una prestación, eso sí
tarda entre seis meses y un año en procesarse, tanto como la ayudas a la discapacidad
o a la dependencia. Solo son datos y datos, cifras y cifras que viendo una
película como esta se convierten en reales dentro de uno y, por lo tanto en
efectivas.
La joven madre soltera está
interpretada por una más que impresionante Natalia de Molina (Mejor actriz en el Festival de Málaga). La joven interprete que conocimos como revelación en Vivir es fácil con los ojos cerrados, respira,
habla, vive y siente como su encarnación (no digamos representación) de todo un
estrato de la sociedad que vemos en las colas de los comedores sociales antes
de volver a mirar al whatsapp.
El suceder narrativo de la película conforma una
especie de escalera en los que la dramática situación de la protagonista por
mantener el techo y la comida va dificultándose de forma lógica mediante
diversos sucesos de causa efecto que consiguen en el espectador una sensación
de absorción dramática sin respiro que nunca llega a excederse pero tampoco a
bajar el pistón. Cerca del final llega el mejor momento de la película cuyo
clímax coincide con la final de la Eurocopa 2012 que España ganó por 4-0 a
Italia. No diremos que “el fútbol es el opio del pueblo” pero esta
simultaneidad real de acontecimientos es de los momentos más lúcidos del cine
español reciente, el cual nos hará, o al menos nos debe de hacer, mirarnos
verdaderamente a la cara unos a otros.
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