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19 de diciembre de 2015

[CRÍTICA] Techo y comida: tu país te necesita



Las películas para distraernos y alejarnos de la realidad siempre han sido más socorridas por el público de su época que las que intentaban representar la realidad social. Sin embargo, en los peores momentos de la historia siempre ha habido cineastas que han comprendido la necesidad moral de reflejar lo que sucedía a su alrededor, siempre... hasta que llego España. Ya sea porque le auguran una taquilla escasa o un público sin interés (dos factores que siempre han tenido) lo cierto es que la casi inexistente representación del cine español sobre la crisis económica roza la vergüenza. En ocho años de descenso a los infiernos de buena parte del país parecía que solo Hermosa juventud, la gran película de Jaime Rosales se había atrevido a contarlo de forma directa. Este año tenemos otro ejemplo con el que consolar nuestro maltrecho ego de cine comprometido, Techo y comida.



La película, cómo no, obra de un debutante en el largo como Juan Miguel del Castillo narra la historia de una joven madre soltera que lleva tres años en paro y ocho meses sin pagar el alquiler. Solo el repartir panfletos de “compro oro” y una vecina viuda le ayudan a seguir adelante con la alimentación de su hijo.


El arte es necesario para muchas cosas, su fuerza sentimental antes que racional y en eso se diferencia de la información. Después de ver Techo y comida y también mientras la vemos pensamos y sentimos de verdad en todas esas frases que oímos en el telediario o leemos indignados en internet. El número de parados de larga duración, el número de parados sin ninguna prestación, la tasa de paro juvenil, el número de desahucios al día, el número de solicitud de prestaciones alimenticias y, sobretodo, el tiempo que tardan en llegar. No tienes para comer, no te preocupes que la legislación te ayuda con una prestación, eso sí tarda entre seis meses y un año en procesarse, tanto como la ayudas a la discapacidad o a la dependencia. Solo son datos y datos, cifras y cifras que viendo una película como esta se convierten en reales dentro de uno y, por lo tanto en efectivas.


La joven madre soltera está interpretada por una más que impresionante Natalia de Molina (Mejor actriz en el Festival de Málaga). La joven interprete que conocimos como revelación en Vivir es fácil con los ojos cerrados, respira, habla, vive y siente como su encarnación (no digamos representación) de todo un estrato de la sociedad que vemos en las colas de los comedores sociales antes de volver a mirar al whatsapp.


El suceder narrativo de la película conforma una especie de escalera en los que la dramática situación de la protagonista por mantener el techo y la comida va dificultándose de forma lógica mediante diversos sucesos de causa efecto que consiguen en el espectador una sensación de absorción dramática sin respiro que nunca llega a excederse pero tampoco a bajar el pistón. Cerca del final llega el mejor momento de la película cuyo clímax coincide con la final de la Eurocopa 2012 que España ganó por 4-0 a Italia. No diremos que “el fútbol es el opio del pueblo” pero esta simultaneidad real de acontecimientos es de los momentos más lúcidos del cine español reciente, el cual nos hará, o al menos nos debe de hacer, mirarnos verdaderamente a la cara unos a otros.


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