El ''estreno de la semana''
junto a La gran estafa americana de David O. Russell corría a
cargo del ya veterano y popular director de origen polaco.
La nueva obra de Polanski
habla de la contraposición de apariencias, de lo que la cultura, el
refinamiento, la ignorancia y los malos modales pueden esconder. El
realizador propone un juego teatral-cinematográfico al más puro
estilo Eva al desnudo (1950) en el que las personalidades de los
protagonistas se entremezclan entre realidad y ficción, de forma
intencionada, para conducir la trama por el sendero que el director
desea. Jugando con esta deformación de personajes Polanski crea una
historia confusa, sin perder su aparente
simpleza, con una puesta
en escena brillante y sofisticada. Todo este ejercicio de estilo nos
deja unas milimetradas pistas para poder dar coherencia al mapa de
artificiosas actitudes que caracterizan a los dos personajes.
Un ejercicio de cine limpio
y simplista en su planteamiento, que enfrenta dos magníficas
interpretaciones (Mathieu Amalric y Emmanuelle Seigner) en una
localización claustrofóbica de la que el director sabe sacar el
mejor partido para conseguir una atmósfera atrayente, cálida y
cercana al espectador.
Venus quiere llevar sus
pieles, esas pieles que la convierten en lo que es en realidad, que
se comportan como un espejo hacia su interior y que harán aflorar
toda clase de sentimientos reprimidos. Polanski hace que en la
segunda parte del film los personajes se desprendan de sus máscaras
dando un giro radical a un argumento que finalmente resulta
progresivo y creíble, tanto por su estupenda realización como por
el fantástico trabajo de los intérpretes.
Simple y atrevida a partes
iguales, La Venus de las pieles demuestra que el director de Chinatown (1974) sigue ofreciendo al mundo cine de la mejor
calidad.
Alfonso Cañadas para Cine a
la Carbonara.
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