Ya en su ecuador, el Festival
IBAFF nos permitió el lujo de dedicarle el día a una única película. A
Lullaby To The Sorrowful Mystery, de Lav Díaz, merecía tener ese espacio
privilegiado pese a su alargada duración. La cinta de ocho horas y seis minutos
es una muestra de compromiso y valentía, tanto por parte del autor como por
parte de quien la programa. Pese a la exigencia temporal de su duración,
estamos ante una obra ideal para comprender porque este autor filipino de
películas interminables es uno de los cineastas más admirados del mundo (ganador del Leopardo de Oro de Locarno o del León de Oro en Venecia entre muchos otros reconocimientos), lo
único que hace falta es atreverse.
La cinta aborda diversas
historias cruzados en torno a la revolución filipina contra los colonos
españoles en 1896 y 1897. Realizada mediante largos planos secuencia donde la
cámara parece observar agazapada, quieta solo hasta la necesidad verdadera de
hacer algún movimiento, las escenas de la película se suceden una tras otra con
un simple corte, arrastrando todas las historias y a sus personajes consigo en
un montaje en continua alternancia. Rodada en blanco y negro y con un formato en
cuatro tercios, la película cita directamente al pasado histórico, generando
realismo mediante la dilatación temporal y la naturalidad de las acciones de
los intérpretes a la misma vez que invoca el aura de lo mágico mediante la
inclusión de los mitos y leyendas filipinas, la continua presencia de humo y neblina
en la fotografía y la sobresaliente estética creada por la fuerte luz
artificial, especialmente en las escenas nocturnas. El sonido también guarda
estrecha relación con ese efecto realista y, a la misma vez, mítico que consigue
construir A Lullaby To The Sorrowful
Mystery. Compuesta en su totalidad por sonidos propios de la naturaleza que
rodea a las imágenes, la presencia de este, a priori, simple sonido ambiente,
se torna en voluntaria abandonando al silencio más absoluto a la imagen o
apareciendo como un discreto apuntalamiento del momento dramático de la acción.
Con una primera mitad más
centrada en los colonos españoles y el inicio de las historias principales, es
en la segunda parte donde la película alcanza su más bella esencia. Con todos
los personajes perdidos ya en la inmensa selva, el suceder de las escenas y la
extensa duración nos hacen partícipes de ese viaje a la deriva. Entonces se
despeja cualquier duda o intención crítica en contra de la extensa duración. Queda
demostrado, mediante ese estado de trance y suspensión temporal que atraviesan
tanto el espectador como los personajes por esa selva tan real como mitificada,
que la duración también es y da forma al relato. Así, una vez dentro del juego,
rotas todas las reticencias previas, la impaciencia de mentes acostumbradas a
planos de tres segundos e historias de hora y media, donde la pantalla parece
respirar y las historias que veíamos inconexas o incomprensibles en un sentido
lógico acaban por comprenderse de la forma más complicada, la sensorial.
Desde luego, la obra de Lav Díaz
retrata muchas cosas fundamentales, tanto del pasado de Filipinas (sus héroes y
mitos nacionales, su forma de ser y de vivir, sus paisajes y sus creencias
religiosas) como de España (la del imperio colonizador y sangriento, la de la
decadencia de un final cercano) y de todo un siglo (asistimos de nuevo al nacimiento
del cine de los Lumière y al final de todo un siglo) pero por encima de su
relato histórico queda la forma, la estética y el estilo de una obra y de un
cineasta cuya experiencia de visionado se siente como un viaje iniciático hacia
ese lugar indescriptible e intangible de la fascinación artística.
Con la programación del jueves el
IBAFF regresará a la programación plural y colectiva con la proyección de
cuatro películas y cuatro cortometrajes.
Por Rafael S. Casademont
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