A pocas semanas del inicio del Festival de Cannes de este año analizamos la ganadora de la pasada Palma de Oro, La vida de Adèle, del franco-tunecino Abdellatif Kechiche.
La película narra la historia de una adolescente, llamada Adèle, que se enamora de Emma, empezando así una relación homosexual y encontrando un nuevo entorno social. A lo largo de diez años asistiremos a la evolución personal de Adèle a través del amor.
Esta historia, que ha cautivado a
crítica y público en todo el mundo y se alzado con infinidad de premios es, muy posiblemente, la mejor película del pasado año, solo en disputa con La gran belleza de Paolo Sorrentino. ¿Por
qué esta historia es tan magnífica? La respuesta es simple, Kechiche logra en su película grabar el amor.
Los pocos detractores del film la
tildan de machista o se escandalizan por el sexo explicito, otros, le echan en
cara sus pequeños cambios respecto a la novela gráfica en la que se basa. Quizás,
se debe recordar que el cine no está, exclusivamente, para reivindicar a un
colectivo, ni para contentar a los fans de un cómic o un libro. El cine tiene
como objetivo fascinar, emocionar y narrar, mediante imágenes, historias tan
hermosas que una vez han entrado en tu pecho no salen de allí jamás.
Interpretada por una descomunal, increíble
y fascinante Adèle Exarchopoulos, la película consigue la llamada “perfección
de lo real”. A lo largo de tres horas, que se sienten como un suspiro, con la cámara
desnudándonos la película a cada momento, sentimos y vivimos lo que su
protagonista, a través de su mirada y su cuerpo. Su amor por Emma, una también magnifica
e irreconocible Léa Seydoux, es una de las historias de amor más fuertes y
arrolladoras de la historia del cine, no de amor homosexual, sino de amor sin
más adjetivos.
Ver a Adèle comiendo espaguetis, ajustándose
el pantalón al andar, haciéndose el moño una y otra vez o durmiendo en su cama
son acciones que el cine no suele mostrar y que en esta película, sin embargo,
son tan cruciales como las polémicas y maravillosas escenas de sexo, tan necesarias
y justificadas como bellísimas. Adèle, el personaje de la película simplemente
vive ante la cámara, come, duerme, crece, hace el amor, llora y sufre, porque
en el amor se sufre y mucho. También es destacable el juego de miradas que nos
muestra el film, que traspasan mucho más que la pantalla y derrochan
autenticidad.
Sin duda, un magnífico trabajo
que será imitado por los cineastas venideros que, posiblemente, no encuentren
nada parecido a lo que encuentra aquí Kechiche. Esta historia se asienta, no
solo como la mejor película de amor del siglo XXI, sino como una de las más
sinceras y descarnadas historias de ese sentimiento tan nombrado pero tan difícil
de definir y captar que llamamos, repetidamente, amor.
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