Con su séptima película el conocido director francés Jacques Audiard (Un profeta, De óxido y hueso, De latir mi corazón se ha parado) se ha alzado con el premio más prestigioso de la cinematografía internacional, la Palma de Oro del Festival de Cannes.
Muchos han criticado en esta última edición del festival francés
la excesiva e injustificada presencia de determinados títulos franceses en la
sección oficial. Aunque este patriotismo era criticado muy pocos, sin embargo,
llegaron a decir que el galardón de Dheepan
era inmerecido. Y es que, Dheepan es
una muy buena película.
Un guerrillero de Sri Lanka, que acaba de perder a toda su
familia en la guerra sin fin que asola al país, se une a una mujer y a una niña
huérfana para, haciéndose pasar por una familia fallecida, poder llegar a
Francia como refugiados. Una vez allí la extraña familia conseguirá un trabajo
cuidando un bloque en calidad de porteros. El problema será que dicho bloque está
controlado por una banda de traficantes de droga. De este modo, ninguno de los
tres protagonistas podrá asimilar que en su nuevo hogar, el idealizado paraíso europeo,
la guerra, la violencia y el sonido de los disparos vuelven a su vida. Huir,
luchar o rendirse serán sus pobres opciones.
Con una trama tan adecuada para los tiempos en que nos
encontramos, la llegada masiva de refugiados a Europa que expone a la luz
internacional las numerosas vergüenzas y trapos sucios mal escondidos de la
sociedad europea, Dheepan conforma
una atmósfera asfixiante. Como una absoluta pesadilla, con disimulada facilidad
el film francés te introduce en la pesadilla vital de sus protagonistas,
convirtiendo su pasado bélico en un cercano presente lleno de noche y de niebla.
Quizás es esa capacidad de Audiard para desnudar el pasado de
sus protagonistas sin mostrarlo, solo mediante sus reacciones respecto al
presente, lo que encierra el misterio de una película que, en cuanto llega a su
desenlace final, consigue llevar a todo el patio de butacas del cine a través del
humo y los disparos sin dejar de taparse la boca con la mano. Gritar es fácil,
sobrevivir muy difícil.
Quizás con el final, de difícil interpretación, Audiard nos
concede un respiro, o quizás, solo era humo.
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