Dicen que las buenas películas
tienen que, en cierto modo, incomodar, romper la barrera emocional del
espectador para conseguir permanecer en su memoria como algo trascendente. La
filmografía de Naomi Kawase cuenta con varias de estas películas. Quizás sean
los mejores ejemplos sus obras más conocidas, El bosque del luto, Suzaku y la mejor, Shara. El año pasado, sin embargo, Kawase ya daba muestras de un
cambio más complaciente e inocente en su filmografía. Con Aguas tranquilas la
cineasta se fijaba en la juventud y regresaba a su pueblo natal para grabar una
bella historia con menos oscuridad que en sus trabajos más conocidos. Una pastelería en Tokio (An en su mucho más cómodo título
original) es la confirmación de esta nueva tendencia de la directora nipona.
Como siempre, el pasado incomodo
de los personajes está ahí, el misterio, el poder y la belleza de la naturaleza
también siguen en su obra. Los personajes siguen teniendo un oscuro pasado o
una difícil situación revelada solo en pequeñas dosis pero... poco más. Una pastelería
en Tokio, pese a cumplir con varios de los arquetipos narrativos de Kawase, resulta cursi, artificiosa y completamente intrascendente pese a su simpatía zen. La historia de una anciana que llega a la vida de dos personajes amargados
para, mediante la pastelería, devolverles la fe y la esperanza es digna de las
peores películas hollywoodiense. Cierto es que Kawase logra que los personajes
sean más creíbles de lo normal en está estúpida situación pero no deja de
resultar muy artificial y excesivamente almibarado.
Después de volver a su isla natal
con Aguas Tranquilas, Kawase ahora homenajea, en cierto modo, a su abuela (con la
que se crió) pero con un resultado mucho más conformista que nunca. Es cierto
que hay momentos incómodos en la película pero como es fácil de observar, más
que al trabajo de Kawase se debe a la utilización del nombre de una enfermedad
que, aunque no rebelaremos, sigue provocando pánico al oírla.
En la película se pueden
disfrutar de los cerezos en flor, también se puede ver como se hacen los famosos
dorayakis para luego imaginar su sabor pero y… ¿Qué
más? Solo el nombre de una enfermedad.
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