Como en el Curioso caso de Benjamin Button la madurez cinematográfica de Alex de la Iglesia parece ir decreciendo con cada película de su filmografía. No se debe esperar que el director bilbaíno vuelva a conseguir esa mezcla de cine de terror y de comedia, gamberro, divertido e irónicamente punzante que consiguió con La Comunidad y El día de la Bestia. Ignorando sus trabajos irregulares y menores, De la Iglesia dividió al público con la que parecía ser una segunda fase de su carrera. Me encuentro entre los que, sin compararlas a sus dos grandes obras, reconocen en Balada triste de trompeta y Las Brujas de Zugarramurdi un valiente gusto por el descontrol y una ambición de medios y mezcla de géneros que pocos o ningún cineasta nacional realizaba. Sin embargo, al salir de su último trabajo uno ve el grave peligro que su evolución autoral le puede deparar a su autor.
Mi gran noche es, obviamente, una crítica a la
televisión, pero no es una de las inteligentes, es una especie de Torrente con
un canallismo aún más fingido que el de las últimas entregas del “policía
nacional”. Cual capítulo especial de Gym
Tony las “celebrities” televisivas van apareciendo una tras otra en la
película, unas para una frase, otras para algo más, en una sucesión de historias
parodiadas con escasa gracia, acaban por convertirse en parodiados parodiantes.
En una película tan abarrotada, sin embargo, encontramos
ciertos chistes que funcionan gracias a dos efectos bien dispares. El primero
es el de buenos actores que hacen su trabajo, como es el caso de un Pepón Nieto
encantador y el de un Carlos Areces siempre genial. El segundo es el de los
actores que todos deseábamos ver haciendo un papel como el que hacen (tontos
televisivos) que les cae como anillo al dedo y, por lo tanto, también los
bordan, como son los papeles de Mario Casas, Blanca Suarez y Raphael, que se
merece un capítulo aparte.
La revitalización de la figura de Raphael entre el público
joven, cada vez más dado a un gusto por la pseudocultura extravagante que ha
encontrado en este cantante, el cual, ya de joven parecía una parodia de otra
cosa, figura de cera en movimiento que hizo del amaneramiento y la ridiculez un
estilo inimitable se ha convertido para bien o para mal en un icono hipster.
Quizás, el mayor acierto de esta película sea haberse adjudicado para sí un
elemento al que no había que añadir nada para que ya de por sí fuese una
parodia del famosísimo español. De esta forma, no sabemos si por buen hacer o
por simple oportunismo el ridículo cantante de escándalo y el humor innato que
provoca su figura y su consabido estilo conforma el principal argumento
humorístico de esta película (desaprovechado en cuanto a minutos).
No obstante, sí el espectador está ávido del humor que le
puede provocar un “icono pop” como Raphael le aconsejo que se ponga una
actuación suya en Youtube o vuelva a
ver el tétrico anuncio de la Lotería de Navidad de Pablo Berger. Hay
grandísimas películas que necesitan espectadores, Alex de la Iglesia y su
película no solo no los necesitan, sino que no los merecen.
No quiero, sin embargo, que esta crítica parezca un panfleto
en contra de la película de un director cuyo trabajo aprecio. Es cierto que hay
momentos en los que el disparate funciona y te ríes, pero está frase me recuerda
a lo que cualquiera podría decir también de un capítulo de La que se avecina.
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