Quizás nos encontramos ante una de esas pequeñas joyas que,
pese a sus múltiples premios, pasan desapercibidas en la cartelera, ya sea porque
su autor no es aún conocido, por su nacionalidad, su falta de estrellas o por
no adscribirse a un género de mayor tirón. Rams
o, en España, El valle de los carneros es un buen
ejemplo de este fenómeno. Ganadora de nada más y nada menos que del Premio a
Mejor película en Un Certain Regard
del Festival de Cannes y de la Espiga de oro en el siempre interesantísimo
Festival de Valladolid, la película, de una nacionalidad tan poco transitada como la
islandesa, acaba de llegar a nuestros cines.
La película cuenta la historia de dos hermanos, peleados
desde hace más de cuarenta años, vecinos aislados del resto del mundo y ganaderos
de carneros. Ambos solteros, basan su vida en el cuidado de sus animales, su familia. Debido a la rivalidad entre ellos, sale a la luz que uno de los
animales está infectado. Para que no se expanda y debido al contacto, las
autoridades veterinarias obligan a sacrificar a los ganaderos todos sus
animales. Pese a que en principio, los dos hermanos se resisten de formas muy
diferentes a la medida, al final deberán de unir fuerzas para conseguirlo.
Estamos ante una película muy bien realizada que no se mueve
mucho del ambiente típico de una película festivalera procedente del frío
europeo, salvo por los acertados toques de humor. Mediante el silencio que rodea
el inmenso y espectacular paisaje de la historia, los dos hermanos narran
interiormente su soledad y su amor por sus animales. Contada en pequeñas dosis,
sus relaciones con el mundo nos son relatadas mediante el silencio y los
gestos. Su relación con el paisaje, tanto único hogar como peligroso enemigo, compone en esencia el principal atributo de la película junto con su capacidad
para esconder y mostrar a la vez los sentimientos de sus protagonistas.
De hecho, al final, con lo que uno se queda de esta simpática
película es con la manera con la que su director, Grímur Hákonarson, logra
transmitir al público el profundo amor de estos dos hermanos mostrando
continuamente todo lo contrario. Del mismo modo que en una obra maestra como La Strada de Federico Fellini, el último
plano de Rams es la captación fílmica,
sin palabras, sin explicaciones, de lo que sentimos como amor.
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