Los exiliados románticos es el tercer largometraje del director
Jonás Trueba, gran promesa del cine español que ha encontrado un lugar personal
y diferente dentro de la cinematografía de nuestro país. En Todas las canciones hablan de mí (2010)
y Los ilusos (2013) deja claras sus
influencias cinematográficas principales: la esencia de directores como Éric
Rhomer, François Truffaut o Woody Allen se respira en sus fotogramas. En Los exiliados románticos no iba a ser
menos: tres amigos deciden pasar el verano viajando por Francia con su
furgoneta, sin un propósito concreto, disfrutando del recuerdo de ciudades extranjeras
en donde conocieron amores idílicos.
Como los propios créditos finales
indican, la película se rodó “sobre la marcha” durante el verano de 2014. Es
decir, el equipo emprendió el viaje que los mismos protagonistas realizan en la
ficción, construyendo el guion en el camino, partiendo de una base redactada y
construyendo los cimientos finales reescribiendo el esqueleto básico, sobre
todo dejando una gran libertad para la improvisación. Así, con una propuesta
veraniega y fresca que recuerda indiscutiblemente a la atmosfera del cine de
Rohmer, Los exiliados románticos es una película completamente libre, en donde se
captura para la eternidad las bromas y pasatiempos absurdos y aparentemente intrascendentes
de unos chicos que hacen que los espectadores se sientan identificados con
ellos.
Sus protagonistas son tres
jóvenes –no tan jóvenes– que pasan el tiempo y se ríen como pre-adolescentes en
un mundo de adultos, a la vez que se embarcan en la búsqueda de amores ideales,
pero efímeros. Así se retratan valores universales como la amistad y el amor,
de igual manera que se reflexiona sobre la pérdida de la juventud. Vito,
Francesco y Luis parecen ser espontáneos, naturales e impulsivos, aunque
realmente se refugian en esa imagen por miedo a dar el siguiente paso para la
vida adulta, el compromiso. Por otro lado se encuentran los tres personajes
femeninos, el contrapunto a los ideales de los tres hombres: son mujeres
realistas y poderosas, que buscan las responsabilidades típicas de una vida
normal como tener hijos o comenzar una relación sentimental seria. Ellas, aparte
de representar el amor idílico, también son la influencia definitiva que provocará
el inevitable crecimiento de los personajes masculinos (conservando, por
supuesto, el espíritu juvenil que les caracterizan).
La película, de una hora escasa
de duración, comienza con un ritmo lento que progresivamente va acelerando.
Poco a poco el espectador se sumerge en la vida de los carismáticos
protagonistas, convirtiéndose en uno más de la pandilla, riendo y opinando de
cada chiste o cada tema transcendental que discuten. Así se construye una
película basada en escenas cotidianas y anecdóticas que pueden formar parte de
cualquier vida, esos pequeños momentos que parecen nimiedades pero que
realmente contribuyen a nuestra forma de ser.
Además, también se aprecian
detalles que juegan con el cine dentro del cine (En Los ilusos también lo hacía): por ejemplo, la conversación que
mantienen dos de las protagonistas femeninas en donde discuten sobre el test de
Bechdel para determinar si una película es machista o no, o los momentos en los
que la compositora de la banda sonora, Miren Iza y su grupo Tulsa, aparece en
varias escenas. Además los propios protagonistas la reconocen y acaban tarareando
una canción que se convierte en la
definición de su particular verano.
De esta manera, Los exiliados románticos se convierte no
solo en la película que captura a la perfección la atmósfera estival y
nostálgica del verano, sino que se define como un experimento cinematográfico
completamente libre, atrevido y con un resultado sincero y honesto, sin ningún
tipo de pretensión, toda una declaración de amor al cine.
No hay comentarios :
Publicar un comentario