Precuela de la aclamada serie del
mismo título de Edgar Reitz, la espectacular Heimat, la otra tierra ha llegado milagrosamente a la distribución
nacional, obviamente solo en los mejores cines (en este caso, los Renoir) permitiéndonos ver
una de las que sin duda, es una de las mejores películas del año (sino la
mejor). A lo largo de más de 25 años, Edgar Reitz ha retratado con Heimat la historia de su país a lo largo
del siglo XX. En esta precuela, totalmente disfrutable sin haber visto la
serie, el director germano nos sitúa en un pequeño pueblo campesino, en la
década de 1840.
La historia, llena de avatares y
sucesos a lo largo de sus fluidísimas cuatro horas de duración tiene como
protagonista principal a Jacob y su familia. El joven, hijo del herrero local,
es culto y soñador, su imaginación sobrevuela el nuevo mundo lleno de indios y
aventureros mientras el drama social de la pobreza campesina sitúa la idea de
inmigrar como un objetivo verídico (sí, los alemanes también han emigrado y a
Brasil, nada menos). Sin embargo, cuando uno ve Heimat, lo que entiende claramente es que la belleza del localismo
convierte la historia en universal. ¿Quién tiene ganas de pasar cuatro horas
viendo los avatares de unos campesinos alemanes de mediados del siglo XIX?
Pero Heimat no es una película
sencilla, basta ver unos minutos para saber que nos enfrentamos a una
fotografía y estética extraordinaria, una cámara que parece volar como el
viento entre el trigo y unos actores que viven ante nuestros ojos. Edgar Reitz
incluye, además, dentro de la ya de por sí espectacular fotografía en blanco y
negro, ciertos elementos significativos en color que no solo señalan ciertos
detalles sino que relevan los sentimientos más profundos.
Cuando uno sale de la película
tiene la sensación de haber salido de una grande, en todos los sentidos y
aspectos, con Novencento de
Bertolucci (entre otras) resonando también en la memoria y con esos pocos años de la vida de Jacob
en el corazón.
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