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14 de agosto de 2015

[CRÍTICA] White God: Perros asesinos, racismo denunciado e indefinición temática


White God de Kornél Mundruczó es una metáfora sobre las consecuencias del racismo que se alzó con el reconocimiento a Mejor Película en la interesante y conocida sección del Festival de Cannes Un Certain Regard el pasado 2014, aunque es ahora cuando ha llegado a nuestros cines.


Una niña muy unida a su perro se muda con su padre. Debido a que ahora los perros cruzados deben pagar un impuesto extra y que la vivienda no es la adecuada para un perro grande el padre abandona a la mascota de su hija. El animal vivirá después una epopeya llena de dramas que le llevará a encabezar una rebelión contra los humanos.


Dicho en pocas palabras el argumento suena a insostenible disparate, recordando a las películas de animales e insectos asesinos que asolaron los cines en los años setenta y ochenta pero White God tiene otras virtudes y también otros defectos. Con una primera parte, de tono más realista muy interesante y con una primera escena muy impactante White God parece un drama realista de la fuerte relación entre una niña y su mascota. Con el abandono del perro ambos maduraran por separado, viviendo malas experiencias. Después, la película sin cambiar de tono, empieza a introducir elementos increíbles de inteligencia animal en las que el perro protagonista es un sangriento sargento vengativo capaz de ser calmado únicamente por la trompeta de su ama, al más puro estilo flautista de Hamelín.


Es aquí donde falla por completo White God. Sí la forma de narrar aún tiene algún sentido funcional ha de servir para apoyar a la historia o transmitir adecuadamente las intenciones de su autor. Alejada de un carácter fantasioso, cuando estos elementos llegan a la pantalla y los perros se ponen a morder yugulares uno no puede evitar reírse de lo absurdo de la situación ya que el tono narrativo no nos ha iniciado adecuadamente en ese ambiente al igual que uno no espera que alguien lance rayos láser en una película de los Dardenne pero no se sorprende si pasa en X-Men.



Es cierto que todo esto tiene al final sentido, al ser una evidente metáfora sobre el racismo y su deriva en peligroso odio acumulado del pueblo maltratado, pero su transformación a producto cinematográfico solo consigue acongojarnos en ciertas ocasiones (la película está bien grabada y los efectos son muy creíbles) pero su pretendido gran peso filosófico se diluye en su irregularidad y evidente indefinición. Pese a todo, una película con fragmentos muy potentes.
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