Phoenix es una película alemana dirigida por Christian Petzold que
ganó el Premio de la crítica internacional en el pasado Festival de San
Sebastián. El realizador, junto con su actriz fetiche Nina Hoss, parece haber
querido reinventar la mítica Vértigo
de Hitchcock dentro de la Alemania postnazi. A priori, una idea y un
planteamiento tan atrevido como potente.
Una famosa cantante regresa de un
campo de concentración con la cara desfigurada y, pese a que se la reconstruyen,
no queda exactamente igual. A pesar de que fue su marido, ahora un pobre
camarero, quien la delató, ella está empeñada en reconquistarlo para, de esta
forma, volver a sentirse ella misma. Su marido solo ve un leve parecido en
ella, suficiente para enseñarla a “fingir” ser su mujer, a la que creé muerta,
para cobrar las jugosas rentas de su música.
Estamos ante un melodrama narrado
sin sentimentalismos, de forma tranquila y sosegada que, por consecuencia,
cuenta con momentos faltos de interés y con otros, de reposada potencia en los
que se aprecia bellos momentos de buen cine destacando, especialmente, el tramo
final.
Con una bella ambientación años
cuarenta, un ambiente de ruinas y cabarets a lo Marlene Dietrich y Bob fosse,
la película trascurre de forma ligera y estimulante apoyada en sus dos actores
protagonistas. Nina Hoss compone un personaje muy complejo, abstraído de su
mundo y de su personalidad, lleno de sentimientos encontradas y, por ello,
vacía de los mismos. Una extraña dentro de sí misma que no se reconoce, como
tampoco lo hace su marido.
Aunque la película nunca llega a
alcanzar un gran nivel en su conjunto sí logra dejar un buen sabor de boca con
una trama original que trata de forma interesante y compleja temas tan
fundamentales como la memoria, la culpa o el olvido.
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