Paul Thomas Anderson es el
director estadounidense del momento, no creo que quepa duda de eso.
Desde los orígenes de sus carrera, y en especial con su
consolidación en Magnolia (1999), Anderson ha cautivado a
crítica y público por igual. Todo parecía decir que la nueva
promesa del cine norteamericano pertenecería a ese grupo de
directores que el público no detesta y, a la vez, recoge elogios en
diferentes festivales.
Aunque claro, luego llegó
esa comedia, Punch Drunk-Love (2002), que a muchos no les hizo
demasiada gracia, y ese final de Pozos de ambición (2007) ¿a
que venía? Resulta que mientras todos se rendían a sus pies por la
grandeza (tanto a nivel de producción y reparto, como estético) que
transmitían sus películas, Paul Thomas Anderson estaba concentrado
en diseccionar la historia de Estados Unidos, además, con bastante
mala baba.
En The Master (2012) se
dispararon las alarmas. La aparente ''tranquilidad'' y ritmo
''legible'' con el que arrancaba el film se veía muy alterado por
una vertiginosa segunda parte, necesarias de analizar
meticulosamente, con manual en mano. Pero, sin embargo, al terminar
muchos sentimos esa extraña sensación, que The Master calaba
hondo, y que P.T. Anderson había conseguido lo que quería. Es
posible que no se entendiera, pero, peculiarmente, se sentía.
Pues esto último es
Inherent Vice (horríble el título que han decidido ¿traducir?
en España, el cual no pienso nombrar). Inherent Vice es una
adaptación de la novela del mismo nombre escrita por el peculiar
Thomas Pynchon, y según aquellos que la han leído (yo aún no he
tenido oportunidad) resulta tan confusa y metafórica como el propio
film. Anderson nos habla de una época, los sesenta, un periodo
tormentoso para una Estados Unidos sumida en guerras, donde el
movimiento hippie y la marihuana eran protagonistas, y en la sociedad
se sentía atrapada por una sensación de ''ellos'', hacia el
gobierno, que nos maneja a ''nosotros'' los ciudadanos de a pie.
Todo esto en tono de comedia
(¿se podría tomar de otra forma?) repleto de personajes y
situaciones peculiares a la vez de radicales, seguramente provocadas
por la visión contaminada de nuestro protagonista, Doc Sportello y
su ex-novia (narradora de la historia) Shasta. Pero es que esta
visión difusa por humo de marihuana es la que busca P. T.
Anderson, una mirada desde dentro, que nos sumerja en la situación
de forma plena. ¿Y si el resultado es una película confusa, que
necesitaremos ver más de una dos o tres veces? Seguramente merezca
la pena. Y es que la cálida imagen de Los Ángeles de los sesenta,
la necesidad de seguir de forma meticulosa los diálogos al más puro
estilo ''El sueño eterno'' (1946) (como mil veces se ha repetido
ya), y la valentía de adaptar una novela sin perder ni un ápice de
su imagen personal, ni alejarse de los propósitos de su carrera,
hacen de Inherent Vice una película personal, única, y que no
dejará indiferente a nadie. Seguramente esto sea el punto más alto
que haya conseguido P. T. Anderson hasta el momento por acercarse a
su visión personal y alejarse del público más comercial, y puede
que Inherent Vice le condene a alejarse de este modo de trabajar
por un tiempo. Pero ante todo hablamos de una evolución en la
carrera del genial cineasta norteamericano.
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