El español, ganador y dos
veces participante en el Festival Internacional de cine de Moscú con
sus dos únicos largometrajes, Alberto Morais, es en la actualidad
uno de los directores clave del cine de nuestro país en lo que al
panorama internacional se refiere.
Podría destacarse del nuevo
films de Morais, en primer lugar, su bajo nivel de resonancia
publicitaria en medios de comunicación o en cualquier forma de
distribución cinematográfica tradicional. Pese a que Las Olas
(2011) se alzó con el premio a
Mejor película en el festival ruso y que con Los chicos
del puerto se abrió paso de nuevo en la sección oficial, el desconocimiento del film frente a
obras más dedicadas a llenar salas que a preocuparse por el avance
narrativo del cine o su exploración y experimentación resulta realmente lógico en una industria cinematográfica como la española, por el hecho de ser un cine totalmente independiente.
Los chicos del puerto
propone al espectador un intesantísimo análisis sobre la mezcla de
factores ''cine español'' y ''Guerra Civil'', asunto éste último
eternamente dilatado por la rama artística del país. Mientras que la
mayoría de obras cinematográficas y televisivas que versan sobre el
acontecimiento bélico por excelencia de la historia moderna del país
han venido dedicándose a extremar las situaciones dramáticas no como
retrato de una realidad, sino como simple atrayente, (excluyendo de
este grupo a casos individuales como El espíritu de la
colmena, Vida en
sombras o El viaje a
ninguna parte, entre otras
varias), los personajes de Los chicos del puerto
se comportan de una forma fría y distante a situaciones frustrantes
de todo tipo. Los anacronismos consiguen impedir la ubicación
temporalmente la obra, recurso hábilmente utilizado para realizar un
análisis general de la situación del cine en la España actual.
Miguel golpea su pelota contra una antigüa pantalla donde antes se
proyectaban películas, y la esconde como un objeto prohibido, ¿queda
algo de ese cine realmente concienciado con la historia?
La
misión de transportar una chaqueta militar a la tumba de un
compañero de guerra del abuelo de Miguel, o que éste se encuentre
encerrado bajo llave en una habitación de donde no le dejan salir, pueden querer hablar sobre el olvido de la guerra civil por parte de
la generación adulta actual, o de su falta de compromiso, pero ante
todo Morais no quiere poner en mano del público simbolismos
explícitos que puedan identificarse con facilidad, sino que el
espectador es el encargado de catalogar el film como una obra
dedicada a la Guerra Civil o un simple ejercicio cinematográfico
dedicado a resaltar cómo el público acostumbra a asociar todos y
cada uno de los elementos con el acontecimiento en cuestión.
El
viaje no obtiene un resultado concreto, y para Miguel, Lola y
Guillermo el principio de esta historia es el final, y todo vuelve a
comenzar sin posibilidad de cambio, su situación se vuelve tan
frustrada y desoladora como la de su abuelo, o la de aquel viejo cine
con el que Miguel intentaba jugar.
Alfonso Cañadas para Cine a la Carbonara.
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