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2 de octubre de 2014

La isla mínima: dos detectives españoles en busca de una obra maestra


Años ochenta, tierras pantanosas del sur de España. Una pareja de detectives de personalidades contradictorias tienen el sencillo encargo de encontrar a dos adolescentes que no volvieron a su casa después de la feria. Con la aparición de ambos cadáveres el caso se convertirá en un recorrido turbio por las sombras del pueblo donde el poder y el egoísmo serán, como siempre, las piedras en el camino de los detectives.



Después de alzarse con el Premio a Mejor fotografía y a Mejor actor para Javier Gutiérrez, La Isla mínima de Alberto Rodríguez se estrenaba en cines con el objetivo de seguir manteniendo la buena racha, tanto de público como de crítica, del cine nacional. Esta historia criminal, al más puro estilo True detective, de la que adquiere más rasgos de los lícitamente correctos para no disminuir su originalidad, lleva a estos dos detectives, a los que iremos descubriendo interiormente,  a adentrarse en un húmedo pueblo de rio lleno de contrabando, incultura, suciedad y aislamiento (en este caso andaluz, no de Luisiana como en la magnífica serie de la HBO).


La película cuenta con un guión poco original, pero correcto, trasladando de forma notable la historia de investigación a la característica localización y al contexto histórico de transición democrática. Alberto Rodríguez dirige este thriller con pausa y sinceridad, sin artificios, consiguiendo mantener la intriga de en todo momento. La pareja protagonista, formada por Raul Arevalo, interpretando al policía del futuro, y Javier Gutierrez, policía de pasado franquista, cumple con nota, destacando el ganador de la Concha de Plata a Mejor Actor que demuestra ser un actor más que valido para papeles de importancia en largometrajes, dejando así atrás los pequeños papeles en series a los que nos tenía acostumbrado. 


Por otra parte, el reparto secundario cumple con nota su recreación de aldeanos andaluces, rurales y ambiguos, destacando obviamente el pequeño papel de Antonio de la Torre. Jesús Castro, con el que no me quiero ensañar después de El niño, repite actuación insípida y plana en su representación del “El guapo”, mote más adecuado que el de su anterior film ya que representa el tópico que tristemente hace en el film. Una pena que haya que meter este tipo de cosas sin sentido artístico para tener algo con lo que llenar los carteles y vender unas cuantas entradas más en películas de calidad.


El principal atributo de este notable thriller español que supera en calidad a El niño es su fotografía, galardonada en el Festival Vasco. El ambiente y el tono de la imagen contribuyen sin duda a crear la especial atmósfera del film, algo esencial en una película de intriga. A destacar, la magnífica secuencia de créditos inicial que ya nos avanza los geniales planos cenitales aéreos de la zona con los que el film nos va a obsequiar mostrándonos ese conjunto de pequeños islas y arroyos como lo que son, un laberinto de pistas y misterio.


Otra notable cinta dentro del buen momento que vive el cine nacional que, esperemos que dentro de poco, cristalice en una verdadera obra maestra. Después de las interesantes Stockholm y Vivir es fácil con los ojos cerrados, el niño lo intentó tímidamente y quedó lejos. La isla mínima se acerca más y de forma más sincera y dedicada a provocarnos ese peso en el estomago, tan satisfactorio como duradero, que dejan las grandes obras, ¿Será Magical Girl de Carlos Vermut, la ganadora de la Concha, de Oro la que finalmente lo consiga?


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