Ganadora del Premio
Internacional del Jurado en la pasada edición de Cannes y elogiada
por muchos, especialmente por Steven Spielberg, tuve la oportunidad
de visionar la nueva obra de Hirozaku Koreeda hace pocos días.
Poco puedo hablar de la
todavía desconocida, para mí, filmografía del realizador en
cuestión. Sabía de él, mucha gente encumbra Nadie sabe
(2004). Otros sectores recomiendan encarecidamente After
Life (1998), y es imposible,
intentando estar al tanto en cierta medida del cine asiático
contemporáneo, no haber, como mínimo, leído u oído hablar de
Still Walking (2008) o
Air Doll (2009). De
cualquier forma insisto en mi desconocimiento completo de su obra.
Dejando
este ligero intento de contextualización de lado, sí puedo destacar
lo que tampoco vi durante el visionado de De tal padre, tal
hijo. Siendo la procedencia del
film un país (o zona) cuyo cine de distribución internacional en
las últimas décadas acostumbra a rehuir de los convencionalismos
cinematográficos occidentales, sea esto con fines únicamente
artísticos (Takeshi Kitano), o adhiriendo una temática social, no
ya solo únicamente como denuncia, sino también por la difusión de
sus más profundas y desconocidas tradiciones (Naomi Kawase), me
sorprendió no ver un solo atisbo de esto en la obra de Koreeda.
Hasta
aquí todo bien, huir de los convencionalismos que muestra el cine
que rodea al ''país del sol naciente'' en la actualidad no tiene
porque suponer un contra (perfectamente podría actuar de forma
favorable). El problema que plantea el realizador en De tal
padre, tal hijo es que escapa
del cine contemporáneo del país para realizar una tosca adaptación
oriental de una historia que derrocha occidentalismo en su enfoque.
Pero con esto último no nos referimos, ni de lejos, a una audaz
mezcla de las formas técnicas que en un pasado tan bien
aprovecharían Ozu o Mizoguchi (entre otros tantos) para trasladar a
las costumbres japonesas historias que tenían más que ver con el
cine norteamericano, no, porque Kooreda no nos transmite una
imponente muestra de interés por ''orientalizar'' el drama, sino por
conseguir los eficaces y globales efectismos sin recapacitar sobre
su condición. Una caracterización de personajes tan dispar como, a
la vez insulsa, elemento cómico más que desgastado en cualquier
producción internacional que se precie, funciona como claro ejemplo
de lo recién mencionado.
Y
es que aunque De tal padre, tal hijo
no este cubierta por un manto de lágrimas, el excesivo dramatismo en
su planteamiento nos aleja de ese cine que ha luchado años por
moldear su estilo propio, cultivado durante generaciones por su
sociedad en sus más variables y diversas ramas artísticas.
Caso
aparte es que la película haya conseguido alzarse con el tercer
premio más importante del festival (como película, no como logro
personal) y que otras muchas muestras de cine tan convincente como
evolucionado (La grande bellezza
de Paolo Sorrentino, Nebraska
de Alexander Payne, Jeune
et Jolie
de François Ozon u Only
lovers left alive
de Jim Jarmusch, y digo esto sin haber podido visionar aún la nueva
obra de Jia Zhang Ke ), quedaran sin premiar. El hecho de que un
cineasta como Steven Spielberg fuera el presidente del jurado es el
principal elemento que nos conduce a esta decisión, ya que el
realizador, más que favorable a maniobrar dosis de sensiblería en
sus obras, no podría resistirse a una versión algo ''exótica'' de
sus mismos principios.
Alfonso Cañadas para Cine a la Carbonara.
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