La historia real de Solomon Northup, un violinista negro que
fue secuestrado y llevado al sur como esclavo durante doce interminables años,
es la historia que compone el argumento de la nueva película del director
británico Steve McQueen.
El argumento de la esclavitud, siempre efectivo para sacar
las lagrimas e impactar al espectador como puede ser el nazismo o en España la
guerra civil, es llevado en 12 años de
esclavitud a su límite expresivo. Si bien es cierto que el tema quizás
busca la facilidad, la película, con una gran inteligencia de su director,
ya mucho más que una promesa del cine,
intenta evitarla a toda costa. De esta forma se compone un relato de una
belleza asombrosa, excelentemente fotografiado, que muestra el horror y el
sufrimiento de los esclavos de forma difícilmente digerible para el espectador.
El director no quiere que llores, quiere que sufras, y lo hace sin mostrar
excesos de sangre o gritos y sin perder ni un ápice de belleza en su film.
El protagonista, Chiwetel Ejiofor clava una interpretación
magistral que emociona sin lágrimas ni aspavientos, solo por su contención y el
sufrimiento que desprenden sus ojos, magníficamente aprovechados por eternos
primeros planos que utiliza muy inteligente McQueen. Lupita Nyong’o, favorita
en todas las quinielas de cualquier premio interpretativo por mejor actriz
secundaria, aprovecha sus momentos de forma asombrosa, interpretando al
personaje más sufrido y desolador de la película con una inocencia y veracidad
sublime. Michael Fassbender, uno de los actores con más futuro del cine actual,
también clava el personaje “destrozanegros” como se jacta de ser, un niñato
patético del sur, ebrio de poder y alcohol, que oculta su amor hacía Patsy
(Lupita Nyong’o) a base de latigazos. Además de tres actores en estado de
gracia, la película está llena de pequeños personajes secundarios interpretados
por magníficos actores que cumplen con creces su papel como Paul Giamatti, Paul Dano o Benedict
Cumberbatch.
La película te relata
así, con una narración muy fluida, mediante algún flashback y mucha
linealidad, la historia del descenso a los infiernos de Solomon y junto a él, todos los pequeños personajes que va
conociendo. La película, narrada desde el punto de vista de su protagonista, no
pretende sin embargo ser subjetiva, no quiere que te sientes Solomon, quiere
algo muchísimo peor, quiere que observes a pocos metros de distancia todo lo
que le pasa sin poder hacer absolutamente nada. Sin duda el mayor acierto de la
cinta. De esta forma, la película no es un simple retrato de amos malos y esclavos sufridores sino del miedo y del
terror, de la valentía y cobardía de alguien que legalmente pertenece a otra
persona. La diferencia entre vivir y
sobrevivir.
Aunque la película busque la contención y te haga sufrir más
que llorar quizás su mayor otro defecto sea la sensiblería que no logra evitar
totalmente a pesar de los esfuerzos de su director, sin embargo, su contención
es admirable.
Lástima que el momento más reprochable de la película sea la aparición de Brad Pitt que, como productor del film, parece haberse guardado el papel de ángel salvador.
Además de ser una de las películas del año, y más que
probablemente la que gane el Oscar a mejor película, el film nos deja dos
escenas absolutamente magistrales. Por encima del buen tono general del film y
de la perfecta labor en todas sus partes, la escena del ahorcamiento y la de
los latigazos, interminables y brutalmente rodadas hacen que se te sequen los
ojos de no pestañear y que tus manos suden y se contraigan por la imposibilidad
de levantarte de la silla y hacer algo, lo que sea.
Como petición, me gustaría aconsejar su visión en formato
original ya que el doblado, aunque es aceptable, te hace sentir mucho menos el
film y desaprovecha por completo, siendo esto un delito, el papel de Lupita
Nyong’o doblada con ridícula voz infantil.
No luches, escóndete si quieres sobrevivir. Todos respondemos
como el protagonista: “no quiero sobrevivir, quiero vivir”, pero quizás esa no
sea una opción.
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