Junto con Spotlight y El renacido, La gran apuesta es la gran favorita para
hacerse con el Oscar a Mejor película. El director Adam Mckay ha dado un giro a
su carrera de realizador, conocida por películas como Hermanos por pelotas (una gamberra comedia a reivindicar dentro del
género) a una película cuyo humor llega a doler por lo despiadado de la
situación que retrata.
La gran apuesta cuenta la historia, basada en hechos reales, de los escasos inversores y gestores que se dieron cuenta de que en algún momento
llegaría la crisis. La estafa de los bancos en torno al mercado inmobiliario
estallaría en 2008 y solo unos pocos apostaron contra el sistema que se decía
infranqueable haciéndose muy ricos con ello. La pregunta es cómo y por qué se
dieron cuenta y cómo no se dieron cuenta los grandes bancos de que nos llevaban
a la ruina.
La película cuenta con un reparto
de lujo, divido en cuatro grupos apostantes contra los bancos, encabezados cada
uno por una gran estrella. Dos jóvenes especuladores dirigidos por Brad Pitt,
un bróker retirado que ahora vive como un hippie; Ryan Gosling, un egocéntrico y
presumido banquero que ve como los de su alrededor se equivocan; Christian Bale,
interpretando a un excéntrico doctor que se pasa el día en la oficina descalza
escuchando heavy metal y que fue el primero en darse cuenta y, finalmente, un
equipo extravagante de bordes inversores encabezado por un delicioso, como
siempre, Steve Carrell, que no puede aguantar la maldad del mundo que le rodea.
Con una casi inexistente
interacción entre los diferentes grupos de la historia, la película cuenta con
un montaje ágil y rápido que no deja un segundo de cambiar y moverse para contar
todo lo que tiene que contar. Las explicaciones, necesarias, podrían ser el
principal lastre de una historia que se apoya en la ruptura de la cuarta pared
y en apariciones de “estrellas invitadas” como Margot Robbie o Selena Gómez
para explicarnos complejos conceptos económicos dotando de humor a las
miniclases de economía.
Un buen guión, buenos actores y
un equilibrio complicado entre comedia y desolación social consiguen que La gran apuesta sea una película más que
decente y ágil y que supere sin muchos inconvenientes el exceso de verborrea al
que estaba destinada.
La película de Mckay cumplirá con
creces ante los que acudan interesados en comprender el origen de la crisis económica
que aún seguimos descubriendo. Sin embargo, La
gran apuesta, pese a sus numerosos reconocimientos, no llega nunca ha ser
una película excepcional quedándose solo en una interesante propuesta de nuestros
cines, una historia real bien contada, un buen trabajo muy bien exprimido que, quizás, no podía dar más de sí cuyo interés es más social que cinematográfico. En unos años, La gran apuesta se pondrá en las aulas a los alumnos de economía
pero pocos fuera de eso la seguiremos teniendo en mente. Este problema cada
vez es más habitual en el Hollywood, grandes trabajos y poca alma.
Por Rafael S. Casademont
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