El pasado año 2014 nos traía dos
películas sobre el diseñador francés Yves Saint Laurent. Sin duda, la más
destacable de ambas, pese a dividir tanto a crítica como a público, es Saint Laurent, de Bertrand Bonello.
Obviamente, tratándose de un
biopic, la película narra la vida del diseñador, centrándose en sus años de
plenitud con un pequeño viaje cercano al final a su vejez. El interés de todo
biopic radica en la manera que tiene su autor de acercarse al personaje que
representa. Bonello plantea una aproximación más que interesante. Rechazando
caer en un retrato simplista de admiración o, por el contrario, de crítica para
mostrar pretenciosamente los chocantes y oscuros secretos de su personaje (como
hacen la mayoría de sus coetáneos del subgénero), Bonello plantea un misterio.
Saint Laurent es todo un estímulo visual y mental. Además de su
cuidada estética y atmósfera, el opaco personaje principal mantiene el misterio
y el interés de forma que nos preguntamos sí la superficialidad con la que es
mostrado es efecto de un vacío interior o de una complejidad irrepresentable.
El sobrecargado ambiente que
rodea a Yves Saint Laurent, sus amores, sus adicciones y, principalmente, su
don a la vez que maldición creativa conforman el acercamiento a un genio que, como
el Mr.Turner de Mike Leigh nos evocan
a pensar en la dimensión desconocida de su don artístico a través del
desconocimiento de su persona, mediante una captura solo en apariencia
simplista de su, por otro lado, conocido y famoso personaje.
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