Aclamada por la crítica desde su
paso por el Festival de Cannes, Elle,
el nuevo trabajo de Paul Verhoeven tras diez años de ausencia, parecer ser la
mayor candidata a colgarse la etiqueta de “película del año”. Lo cierto es que Elle es una fascinante obra maestra que
se encarga de hacer justicia a los elogios que se dicen de ella a la vez que
alimenta con exagerada controversia los temas de sus contrarios. Y es que una
película no puede ser tan fascinante si no hace que unos la amen y otros la
odien, cuando solo se consigue uno de los dos se encuentra la mediocridad y Elle es lo opuesto desde su primera
escena, es la sublimación de lo que creíamos incorrecto o incoherente.
Si atienden a cualquier sinopsis
de venta del filme, el argumento se describe como el conocido caso de “víctima
de violación busca venganza por su cuenta”. Es triste que algo tan masticado
como lo anterior siga pareciendo a los distribuidores más efectivo que el
estimulante caso contrario que nos regala Elle,
el de la misteriosa actitud de su protagonista tras el encuentro. Valga decir
que la complejidad de la obra se transluce en muchos otros puntos de la narración, anunciando lo que se adivina también como una fascinante novela que, por desgracia, aún no se
encuentra traducida al castellano.
A partir de la escena de la
violación, la primera del metraje, Verhoeven se dedica a revolver uno por uno
todos los puntos que encontramos repetidos una y otra vez, con mayor o menor
éxito, en cualquier thriller de venganza (valga la reciente Tarde para la ira de Raúl Arévalo como
ejemplo evidente). Huppert avanza por el relato mostrándonos, por un lado, su
trabajo en una compañía de videojuegos y, por otro, a su disfuncional familia
con un hijo cómicamente idiota, su amante y marido de su mejor amiga o su
madre, toda una asalta cunas así como a sus “encantadores” vecinos. Es, sin
embargo, este maravilloso coro de personajes una trampa y a la vez un acertijo
para descifrar a Michèle. El porqué de su reacción a la violación se convierte
así en mucho más; en el principal misterio de la película que, sin embargo, avanza
engañosa para descubrir la identidad del asaltante.
A los siempre atentos defensores
de la moral y la corrección política se les ha de aclarar que Elle no es un relato a favor de la
violación y que la actitud de Michèle no se ha de interpretar como un argumento
más en favor de la cultura de la violación, no. Michèle es Michèle y nos queda
muy claro que no representa a ninguna mujer más. Huppert le da vida creando un
fascinante retrato que hace tan difícil como estimulante el complejo acertijo
que enuncia Verhoeven a lo largo de toda la película. Las pistas son numerosas,
las tramas y personajes que aparecen aportan tanta información como dudas y es
ahí donde ha de entrar el espectador. Uno ha de decidir, viendo Elle, si se ha de adherir, como sus
protagonistas, a las reglas del juego que se marcan desde la primera imagen, la amoralidad domina a la corrección y el deseo culpable deja de serlo. Verhoven consigue
aquí su característica diferencial como autor, conseguir amar y transmitir al espectador dicha empatía por todos y cada uno de los personajes incompresibles, malvados,
mórbidos, estúpidos o antipáticos que pueblan el relato y centrarse en los
sucesos del mismo, sin necesidad de posicionarse moralmente en ninguno de los acontecimientos narrados dejando al espectador libre para un completo disfrute
culpable.
Por Rafael S. Casademont
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