Hay películas sobre las que es
difícil escribir pero pocas por el motivo de Carol. Difícil, porque es complicado pensar en cómo escribir algo
que no sea una carta de reverencia sobre la última película de Todd Haynes, una
película sin fallos, un todo perfecto, tanto en cada una de sus partes como en
su conjunto. Pocas veces, con suerte cada varios años, llega una película así a
los cines, un viaje, un trance en el que uno recuerda para que existe el cine y
por qué nos gusta tanto que esa serie de luces se proyecten sobre un panel
blanco.
Carol narra una sencilla historia
de amor, basada en la novela autobiográfica de Patricia Highsmith, El Precio de la sal. En los años
cincuenta, una adinerada mujer en proceso de divorcio luchará para mantener la
custodia de su hija mientras empieza una relación con una joven dependienta que
descubrirá con ella, no solo la homosexualidad, sino su verdadero carácter y
sentido vital. Los prejuicios de la sociedad de aquellos años serán el
principal impedimento.
Quizás estemos ante el argumento
más agradecido de los últimos años, recordemos La
vida de Adèle, otra obra superior del último lustro que se podría resumir de
manera similar. Pero, como dijo Hitchcock, lo importante no es el qué, sino el
cómo. Todd Haynes imparte una clase absolutamente magistral de cine, de formas
clásicas, sin fallo alguno, donde todo está en su sitio. De forma opuesta a la
cinta francesa, Carol es comedida y
juega con la insinuación, cada gesto de sus dos protagonistas, cada mirada mediante
la cámara de su director, cada plano respondido por su opuesto, un simple roce
de manos se agiganta en esta película recordándonos el deber que el cine tiene
para y con la más sincera emoción.
Pocas veces uno se asoma a una película tan bien hecha,
dirigida, rodada e interpretada. La excelente dirección artística y la música
rallan también al mismo nivel que el conjunto. Ed Lachmann, director de
fotografía de obras tan dispares como la citada Lejos del cielo o la trilogía Paraíso
de Ulrich Seidl, vuelve a recordarnos al clasicismo de forma tremendamente
orgánica. Y es que, pese a recobrar Carol lo mejor del cine clásico no
estamos ante una película conservadora o poco original, al contrario, nos
encontramos ante una película con personalidad propia, no exenta de modernidad,
un avance del modo de mirar el cine contemporáneo a partir del cine clásico y
es que el cine nunca muere, solo se renueva y Carol es una de las mejores muestras de ello.
“Una película
lograda según la crítica ancestral es aquella en la que todos los elementos
participan del mismo modo de un todo, y es entonces merecedora del adjetivo de
perfecta. Pero la perfección, el éxito, yo los decreto abyectos, indecentes, inmorales
y obsceno.”
Ya ha pasado más de medio siglo
desde aquellos años en los que el cine tuvo que romper consigo mismo para
seguir adelante. Carol recupera, al fin y de forma incontestable, el cine
clásico para convertirlo en cine moderno. Quizás sea este uno de los caminos
más ilusionantes y prometedores que al cine le toque recorrer, dentro de la
odisea de su propia historia, en las próximas décadas.
Carol es perfecta.
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