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4 de mayo de 2016

[CRÍTICA] Crumbs: Necesitamos más ovnis


Está semana llegó a los cines españoles (de forma muy limitada eso sí), Crumbs. Con nacionalidad etíope y después de su paso por la Sección Oficial de Rotterdam, la película de Miguel Llansó llega a nuestras pantallas (cómo siempre en menos sesiones y salas de las que debería) de la mano de El sur films, pequeña distribuidora que se estrena con esta película en un mercado falto de gente que ponga la mano en el fuego por propuestas tan dispares a lo habitual (su próximo estreno será The tribe de Miroslav Slaboshpitsky).



Aunque su autor es español, una de las primeras cosas que llama la atención de las, por otro lado, innumerables sorpresas de la película, es que este rodada en Etiopía. No nos sorprendamos por ello, ya sabemos que España es un infierno para la producción de cine independiente (si usamos de forma adecuada esta sobreexplotada palabra). Después de realizar varios cortometrajes en España, Miguel Llansó llega a Etiopía donde continúa, con mayor éxito, haciendo pequeños cortometrajes hasta que esté pequeño ovni llamada Crumbs acaba de formarse. Crumbs nos sitúa mediante textos en un futuro post-apocalíptico donde la población es escasa y además, está muy envejecida. El protagonista, un pequeño hombre jorobado parte en busca de nada menos que Papa Noel para conseguir un billete que le lleve a él, a su bella esposa y a su futuro hijo de vuelta a “su planeta”. Es difícil pensar en escribir una sinopsis informativa de Crumbs ya que parece que con cada dato que aportes el lector se perderá aún más en el sentido de una película a la que no le faltan tampoco nazis, superhéroes, marcas comerciales y demás iconos imaginables de nuestra cultura.


Se podría entender el viaje del protagonista como una relectura de la odisea donde no falta el humor causado por la extrañeza y la sorpresa constante de un film con extraordinaria libertad creativa que demuestra como la desmesura de imaginación no está peleada con la consecución de una idea concreta y razonada. Pese a que se podría pensar desde fuera en la película como una locura absurda, lo cierto es que en su visionado el mundo propuesto funciona con coherencia de malabarista. Pasados los segundos de la primera carcajada uno se da cuenta de que, pese a no abundar  estos razonamiento en las películas más habituales de ciencia ficción, los chistes sobre la falta de conocimientos de la cultura antigua (en este caso la  actual) llevaría a situaciones de lo más embarazosas. Muñecos de las tortugas ninja como amuletos, deportista de élite adorados como deidades o marcas de centros comerciales citadas como grandes artistas multidisciplinares son solo una de las pocas consecuencias que nuestra loca e insostenible sociedad provocaría en un futuro sin manual de instrucciones. Con este proceso, lo absurdo empieza a tornarse en una interesante reflexión, no solo del paso del tiempo, sino de la globalización. En la Etiopía del futuro adoran a Michael Jordan o al señor Carrefur y lo ilógico es pensar que eso no pase ya hoy, en cierto modo. Por ello, podemos pensar en el verdadero lugar que ocupamos en una sociedad de masas, tan globalizada, como individuos que buscamos progresar en un viaje a la deriva, sin solución y sin destino. ¿Qué sería de la iconografía nazi en un futuro derruido?  Llansó no da respuestas que nadie podría dar, pero al menos tiene el atrevimiento de mostrarnos sus más atrevidos pensamientos a todo estos y muchos más aspectos.


El propio Llansó asegura que para él la película tiene tres protagonistas: los objetos, los personajes y los paisajes. La utilización de los más dispares rincones de Etiopía, bellos solo a veces pero siempre efectivos en la historia, conforman el mejor atributo de una película que demuestra que su autor ha conseguido mirar al país africano con unos ojos más agudos que los de un simple turista. Los objetos, cercanos y descontextualizados como la espada de juguete convertida en una especie de mito a lo excalibur o, especialmente, la bolera como hogar y su conducto como pasadizo “abstracto” dan ya una pequeña muestra de la utilización narrativa, a veces fetichista, otras gustosamente arbitraria y la mayoría de veces cargada de ironía paródica que tienen los objetos en la película. Los personajes, que se podrían traducir fácilmente  a la mitología clásica, donde un héroe parte en busca de una destino necesario para encontrarse, luego, con determinados obstáculos hasta llegar a su revelador destino funciona como estrategia para anclar la película a una realidad adquirida por el espectador. De esta forma, los elementos preconcebidos, los héroes, villanos y demás sucesos solo están modificados, no borrados, la estructura base se mantiene como  un práctico armatoste. De esta forma, el espectador disfruta de las citadas sensaciones de frescura y libertad sin tener que sufrir una encriptación de un relato que no lo necesita para ser original y sorprendente, conformando una película que no le pide al espectador más esfuerzo que una mente abierta.


No seré yo quien hable de cine español como un concepto o canon político-histórico que se pueda aplicar a una obra como Crumbs, pero dentro de una cartelera en la que se encuentran la última obra de Almodovar, Toro o Kiki no viene mal recordar que este país tiene cineastas como Llansó. Crumbs nos recuerda que, sin entrar en comparaciones de calidad con las citadas, hay un cine más arriesgado y personal que el que se anuncia, de nuevo, como arriesgado y personal. Este cine directamente no se puede anunciar, sus autores saben que no se harán millonarios (por ahora), sus películas no ganarán el Goya ni el Oscar, ni tampoco Cannes o San Sebastián. Hablamos de cineastas y películas que (también) necesitamos y, lo mejor de todo, es que están ahí, aunque, a veces, no les escuchemos.

Por Rafael S. Casademont

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