Ganadora del Gran Premio del
Jurado en el Festival de Cannes 2014, El país de las maravillas (confusa e injustificada traducción), segunda película de Alice Rohrwacher, llega a nuestra
cartelera.
La película narra la historia de
Gelsomina, la mayor de cuatro hermanas de una familia de apicultores que
intentan seguir llevando a cabo sus labores diarias, sin dejarse afectar por el
mundo exterior. Con la llegada de un programa de televisión, cuya imagen es la inmortal
Monica Bellucci, la joven Gelsomina se verá atraída por lo exterior, lo
fascinante, algo a lo que su obcecado padre se niega. Además, debido a la
ausencia de barones para el trabajo, el padre acepta cuidar de un adolescente
de pasado conflictivo y enseñarle las labores del campo. El extraño joven, que
no habla ni admite el contacto físico hará el resto en una historia
costumbrista, narrada con mirada mágica.
La joven directora italiana se
aproxima con talento a esta sencilla historia que llena de mundo poético, apoyándose
en los grandes referentes del cine italiano, pero en la que falla en dotar de
una base que al final no resulte intrascendente. Estamos ante una película de
detalles, donde el talento y la mirada de la directora nos emocionan y nos
trasmiten muchas cosas. No podemos sino admirar que varias escenas nos hipnotizan haciendo que
nuestro cerebro olvide cerrar la boca. Imágenes que, en manos de otra persona, nos
resultarían completamente insustanciales. Eso es el talento. La inexperiencia
posiblemente sea que la intención de la cineasta (autora también del guión en
solitario) de apoyar la película en una reivindicación de lo rural no llega a
trasmitir casi nada con su bienintencionada denuncia del peligro de extinción
de ese mundo campestre. La crítica a su desaparición y desubicación en este
mundo moderno que tanto lo necesita, pese a que sonaba bien, resulta insustancial.
Al fin y al cabo, esta es una película (repetimos) de detalles.
Todas las escenas relacionadas
con las abejas; el concurso, dotado de un aura casi ancestral y, sobre todo, la
relación entre los niños, principalmente entre Gelsomina y el chico acogido (Martin)
serán lo mejor de una película que pretende mirar lo feo con belleza y lo real
como magia.
Rohrwarcher se apoya inteligentemente en el neorrealismo más rural,
podríamos citar al tardío neorrealista Vittorio de Seta, juntandolo con un
intento de emular la magia del maestro Fellini. Empezando por el nombre de su
protagonista, nada casual homenaje al personaje de Giulietta Masina en La Strada, representación maestra de la
inocencia. Rohrwacher logra trasmitir esos momentos en los que de la nada
Fellini hacía magia. De forma mucho menos estridente, y por qué no decirlo, también
menos poderosa, la cámara de El país de
las maravillas es como su protagonista, un ser deseoso de descubrir que
parece, a su vez, empeñado en no mirar hacia otro lado.
Recordando al realismo mágico de
la literatura y de cualquier infancia que se precie, el mundo de Le Meraviglie debe al final volatilizarse,
como Macondo en la obra maestra de García Márquez.
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