La quinta película del polaco
Pawel Pawlikowski, la primera en su país natal, ha asombrado con su belleza
allá por donde ha pasado haciéndose un hueco entre las mejores películas de
Europa del Este de los últimos tiempos. Ganadora del Premio a Mejor película en
festivales como el de Londres, Varsovia o Gijón, donde además ganó otros cuatro
premios, y diferentes menciones en otros festivales como el de Toronto son
muestra del camino hacia el éxito de esta pequeña gran película que ha
acaparado la atención de los amantes del cine refinado y artísticos, amantes de
las pequeñas joyas.
El principio argumental nos
recuerda a obras maestras como Viridiana
de Luis Buñuel, Andrei rublev de Andrei
Tarkovsky o El valle de las abejas de
Frantisek Vlácil. En la Polonia de los 60, en medio de un comunismo cada vez
más débil, una joven novicia va a conocer a su tía, su único familiar con vida
antes de tomar los votos. De esta forma, se nos plantea un flujo dramático
ejemplar en únicamente 80 minutos en los que se desvelará el cruel pasado y
origen de la novicia que pondrá a prueba todo lo que creía. Así mismo, su
visita supondrá para su tia, de personalidad opuesta, un duro enfrentamiento
con el pasado que la destroza por dentro. A modo de road movie, las dos protagonistas
van descubriendo datos, conociéndose y a su vez enseñando al público de forma
totalmente natural y discreta el oscuro pasado de Polonia. Los que dicen que el
tema del nazismo ya está sobreexplotado encontrarán en Ida una prueba más de que lo escasea no son los temas, sino las
nuevas ideas a la hora de afrontarlos.
La crisis de Fe, el despertar a
la vida, el pasado del nazismo y el papel que en él tuvieron los propios
nativos polacos forman los principales temas sobre los que versa este film,
pero no son lo más destacable del mismo. Como en el buen cine, lo importante de
Ida no es que cuenta, sino como lo hace. Con una fotografía extraordinaria,
dejando muchísimo aire por arriba, un blanco y negro exquisito, en cuatro
tercios, con una composición perfecta y sin movimientos de cámara Ida es una película en la que cada plano
importa y tiene por si solo una fuerza que en cadena produce ese efecto de
hipnotismo extraño tan indescriptible. Mientras que esas bellas y frías imágenes
van trascurriendo, Ida no nos enseña
ni nos explica sino que nos oculta revolviendo nuestro interior junto con el de
sus dos protagonistas, la novicia Agata Trzebuchowska, debutante, y la impresionante
tía, Agata Kulesza que forman una pareja extraordinaria. De esta forma, la
película fluye perfectamente haciéndose ligero y disfrutable como pocos films
de esta profundidad hasta llegar a un final en el que cuesta reubicarse que te
deja con ganas de volver a verla para descubrir más y más de lo que Ida parece
tener y no querer mostrar.
Estas imágenes y esta forma de
hacer cine con escenas que parecen congelarse a la vez que nos hacen
preguntarnos por el interior del hombre, relacionándolo con la fe y la razón,
nos recuerda, aunque de forma mucho más ligera, al cine de grandes como Robert
bresson, Ingmar Bergman o Carl Theodor Dreyer.
Puede que su falta de énfasis
sentimental impida que amemos por completo el film pero a los que les guste el
cine puro, el arte y la belleza no duden en adentrarse en esta película que,
con su sencillez, se ha ganado el corazón
de los amantes del buen cine Europeo.
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